Pablo no se veía a sí mismo como una víctima. A pesar de su gran malestar físico y emocional, creía que estaba bajo la mano soberana de Dios. Por eso, en vez de volverse un resentido y apartarse de la fe, el apóstol se volvía al Señor y seguía madurando espiritualmente.
Podemos aprender mucho de Pablo; él estaba decidido a poner sus ojos en la soberanía de Dios, no en su propia voluntad. Es fácil amargarse por el caos que otra persona ha causado en nuestras vidas, pero en el momento que comenzamos a pensar que nuestros enemigos tienen el control, estamos derrotados. La Biblia dice que Dios “estableció en los cielos su trono, y su reino domina sobre todos” (Sal 103.19). Él tiene el control absoluto. Es posible que no entendamos razones para permitir el dolor o las dificultades en nuestras vidas, pero su plan es siempre para nuestro bien y para su gloria (Jer 29.11).
Además, los creyentes pueden aprender del compromiso de Pablo, para enfocarse en los resultados positivos en vez de la angustia personal. El dolor, ya sea físico o emocional, muchas veces acapara toda la atención de una persona. Pero no se logra ninguna victoria pensando en el sufrimiento. Dios tiene un plan para nuestras angustias, y Pablo es un buen ejemplo. Se regocijó cuando el evangelio se anunció en la Guardia Pretoriana —sus carceleros.
Las circunstancias difíciles son una encrucijada en la vida del creyente. Si tomamos el camino de culpar a Dios por nuestra lucha, caeremos en el resentimiento y el negativismo. Pero si nos enfocamos en el amor y la ayuda del Padre celestial, encontraremos confianza y esperanza al hacer su voluntad
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