Antes
de que yo creyera en Cristo, mi vida era perversa, desobedecí, me rebelé e
ignoré a Dios. Pero cuando me humillé ante Cristo y admití mi pecado él
me dio una naturaleza nueva.
La
pena de pecado que pesaba sobre mí, murió con Cristo en la cruz. Después
de salvarme, él no me sacó de este mundo ni me convirtió en un robot. A
veces esa naturaleza vieja se rehúsa a admitir su muerte y quiere seguir
pecando. La diferencia está en que antes de Jesús salvarme yo era esclavo de mi
naturaleza pecaminosa, pero ahora ya no soy esclavo, soy libre para decidir
vivir para Cristo y su poder me ayuda a decidir.
Hoy
es un gran día para decidir vivir para Cristo y no permitir que mi vieja
naturaleza se baje de la cruz. No solo quiero disfrutar de esa libertad
conseguida en la Cruz por mi amado Jesús, sino también quiero proclamarlo como
el Salvador listo para salvar a quien llega humillado ante su presencia.
Y este puede ser su día.
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