Por: El Aviso Magazine
Cerca de
un arroyo con aguas frescas, había un pequeño bosque.
Los árboles
eran muy variados. Todos gastaban las energías en ser más altos y grandes, con
muchas flores y perfumes, pero quedaban débiles y tenían poca fuerza para echar
raíz.
En
cambio un Laurel dijo: “Yo, mejor voy a invertir toda mi fuerza en tener una
buena raíz; así creceré y podre dar mis hojas a todos los que me necesiten”.
Los
otros árboles estaban muy orgullosos de ser bellos; ¡en ningún lado había tantos
colores y perfumes! Y no dejaban de admirarse y de hablar de los encantos de
unos y otros, y así, todo el tiempo, mirándose y riéndose de los demás.
El
Laurel sufría a cada instante esas burlas. Se reían de él, presumiendo de sus
flores, perfumes y abundante follaje.
-
“! Laurel!”, le decían, “?Para que quieres tanta raíz? Mira, a nosotros
todos nos alaban porque tenemos poca raíz y mucha belleza.
-
“! Deja de pensar en los demás! ¡preocúpate solo de ti!”.
Pero el
laurel estaba convencido de lo contrario; deseaba amar a los demás y por eso tenía
raíces fuertes. Un buen día, cayó una gran tormenta, sacudió, soplo y resoplo
sobre el bosque. Los árboles más grandes, que tenían un ramaje inmenso, se
vieron tan fuertemente golpeados que por más que gritaban no pudieron evitar
que el viento los tumbara.
En
cambio el pequeño laurel, como tenía pocas ramas y mucha raíz, apenas si perdió
unas cuantas hojas. Entonces todos comprendieron que lo que nos mantiene firmes
en los momentos difíciles no son las apariencias, sino lo que está oculto en
las raíces, dentro de tu corazón… allí en tu alma.
No hay
que ser egoístas, no pensemos solo en nosotros mismos,
Hay que
pensar también en los demás.
Y en
Juan 13:34 Jesucristo nos dice: “Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os
améis unos a otros.
Amor por nuestro prójimo, un mandamiento para memorizar.
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